¿Existe la vocación profesional?
01. CONTESTA A ESTAS PREGUNTAS
Pregunta #1: Defínete según tus estudios o tu profesión
Soy [arquitecta].
Pregunta #2: Describe las actividades que realizas en un día típico de trabajo como [arquitecta].
4 horas de reunión con clientes (expertos en datos, en audiovisuales, en real estate, en marca, vaya todo menos expertos en diseño o arquitectura) para convencerles de un concepto, una implantación o una materialidad + resto de horas comunicando los cambios a mi equipo, a los ingenieros, a los proveedores, redactando varios emails, respondiendo llamadas del cliente local -porque no está conforme con el cliente global, trabajando en la presentación de otros proyectos, ayudando a un compañero con alguna duda de modelo, resolviendo preguntas sobre por qué hemos tomado una decisión… Y encima, con estrés.
Pregunta #3: Define ahora las actividades que te gustaría realizar.
Me gusta escribir. Me gusta leer. Me gusta idear proyectos. Me gusta organizar. Me gusta ayudar a alguien a entender algo complicado. Darles un consejo. Me gusta pasear, con calma. Me gusta comunicar mis ideas. Me gusta ver la luz del día.
Pregunta #final: Compara la pregunta 2 y la 3.
02. DE LO QUE ME DI CUENTA AL DAR CLASES
Llevaba tiempo queriendo dar clases y me llegó la oportunidad. Y me flipó. No por la materia (el qué = pregunta 1) si no por las actividades que realizaba (el cómo = pregunta 2), que eran éstas:
Preparar clases en casa.
Sintetizar el aprendizaje.
Comunicarlo.
Crear, revisarlos y dirigir proyectos de creatividad.
Acompañar a mis alumnos: ayudarles con sus problemas, sus miedos, su inseguridad, sus habilidades, conectarles con empresas…
Y es que lo que realmente importa es lo que haces. Lo que pasa es que definimos mal las cosas. Porque tu profesión favorita ≠ tus actividades favoritas. Y para que sea así, deberíamos empezar al revés.
03. LA HISTORIA DE DORO, MI BISABUELO
Mi padre nació en una aldea en León. Tan pequeña que no no se le considera aldea, si no tan sólo lugar. Vivía en la casa de sus abuelos, que era, a su vez, la cantina del pueblo. Un día, comiendo allí, le pregunté si mis bisabuelos vivían de la cantina. Me dijo que no: “algunos no pagaban, otros, con algún real. Pero no vivían de ello, si no de las tierras. Cultivaban patata y algo de trigo. Y con el ganado, hacían la matanza y comían todo el año”
Sorprendida, le pregunté: ¿Y entonces para qué tenían la cantina? Me contó que mi bisabuelo tenía una enfermedad así que no podía encargarse del campo y por ello creó esta cantina. Le conocían como el sabio porque todos buscaban su consejo. “Cómo cuándo Concha, quedó embarazada y él la consolaba: ¡Mujer, mujer! No llores. Verás cómo este hijo es tu mayor fortuna”.
¿Era un poco el psicólogo del pueblo?, le pregunté. “Pues sí, algo así... Psicólogo, sacerdote, consejero…” Fue cuando lo entendí: Mi bisabuelo se convirtió en el psicólogo porque le gustaba.
Ahora soy adulto y sólo tengo tiempo para lo esencial - Thomas Merton, monje (y mucho más)
Me escribes. Si quieres. Te leo.
Carmen